Capítulo 1: Otro año más en el campamento



Cap 1: Un año más en el campamento

Ian se paró a su lado mirándola con los ojos brillantes, como cada vez que tenía algo que contar, esperando a que ella le preguntara. Al lo miró y se preguntó si todos los hijos de Hermes tenían los mismos ojos azul cielo, como si ya avisaran con ello de que venían de la bóveda celeste. Sacudió la cabeza, por supuesto que no, Hermes era el dios más variopinto y libre de todos, sus hijos no se parecían nada entre ellos a simple vista, cada uno era diferente al anterior, lo que demostraba la poca predilección de su padre hacia una raza u otra. 

Dejó que Ian sufriera unos segundos más, ya sabía la noticia que iba a salir de sus labios, se notaba en el aire; pero sabía que debía dejarlo hablar, era un buen chico y la ayudó cuando llegó al campamento, cuando era pequeña, menuda, recelosa; cuando no entendía nada de lo que sucedía a su alrededor y sólo sentía un hervidero de rabia en su interior. Así que lo dejó hablar, se lo debía:

- ¿Y bien? ¿Qué es ahora? ¿Quieres volver a intentar colarte en la oficina de Quirón? -Preguntó ella, aun sabiendo que erraba.

- ¡Para nada! Dejemos eso para cuando se tranquilicen las cosas, la última vez que lo intentamos casi nos pillan - Le recordó mientras se reía.

- La culpa fue tuya, te dije que no abrieras la maldita caja -le dijo lanzándole una mirada altiva- ¿Qué es entonces?

- Lo sabrías si estuvieses en el Pabellón junto al resto de la cabaña, pero como te conozco lo suficiente como para saber dónde estabas he venido a avisarte: Ya ha llegado la nueva remesa de mestizos, y estoy seguro de que quieres ir a echar un vistazo -La miró triunfante.

Claro que quería ir, era por lo único por lo que volvía al campamento cada verano el primer día, para cuidar de sus hermanastros; su padre no iba ayudarlos, bastante era ya que los reconociera como para que encima tuviera que hacer de niñera. Al suspiró, le tocaba empezar a trabajar. 

-Vamos pues -le dijo.

Dejó el cepillo a su lado y salieron de los establos después de acariciar a Troya, su caballo, regalo de su padre Ares de cuando realizó con éxito su primera misión; estaba tan orgullosa de ella misma como de su corcel e iba a cepillarlo todos los días varias veces. Era importante establecer un vínculo con el caballo para las carreras, si no que se lo digan a los hijos de Poseidón, todos acababan cayendo de los caballos por pasar más tiempo dentro del agua que fuera.

Tras un tiempo caminando en silencio llegaron al Pabellón, y tenía razón, como siempre, seis muchachos se encontraban en medio de las mesas rodeados de varias veintenas de campistas que los escudriñaban con la mirada, esta tarde sería El Reconocimiento que se daba todos los años después de que Percy llegara al acuerdo con los Dioses, estos debían reconocer a sus hijos. 

Pero ella lo reconoció al entrar, con esos ojos fieros que desafiaban sin miedo a todo lo nuevo que se presentaba ante él. Un nuevo hijo de Ares, qué maravilla, había que empezar a trabajar.




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