Capítulo 4: Pelea entre hermanos

Capítulo 4: Pelea entre hermanos

Al salió de la alambrada y observó las cabañas. Todas en círculo en aparentes condiciones de igualdad, exceptuando la cabaña de Zeus que presidía el círculo formado con varios metros cuadrados más que las otras. Al miró enfurecida a la cabaña de Hermes, era una de las más concurridas y no tenía sitio para todos sus hijos, sin embargo en Zeus sólo había dos campistas y era cuatro veces más grande.

Se supone que los hijos de Atenea tenían que estar resolviendo estos problemas, pero ellos sólo querían diseñar casas que pudieran construirse en el Olimpo. “Panda de egocéntricos” pensó Al. Decidió que no quería enfadarse más de lo que estaba en ese momento, y la única manera de sentirse bien, bueno, una de las dos; era tener una buena pelea.

Se acercó al campo de entrenamiento, pero mucho antes de llegar a la valla ya vio a Ed, era una cabeza más alto que cualquiera de los campistas y el doble de musculado. Lo que le sobraba de fuerza le faltaba de cerebro, era el chico más simple con el que Al se había topado en toda su vida, pero a la vez era el más feliz.

- ¡Ed! – le gritó - ¿Te apetece una pelea?

Ed se giró hacia ella y le saludó con una brillante sonrisa, él también quería luchar, no mucha gente quería competir con él y además Al era una de las pocas personas que a veces podía vencerlo, por lo que se animó al instante, cogió su espada y su escudo y se puso en guardia.

Al por su parte saltó la valla y corrió hasta coger su mandoble, era largo acabado en punta por ambos lados y en el centro tenía un escudo. Estaba hecho entero de acero y tenía dos lanzas superpuestas en el escudo, a modo de bandera de la cabaña. Le costó unos cuantos favores a la cabaña de Hefesto, pero sentía que esa arma era una prolongación más de ella en la batalla. Se acercó al círculo y esperó.

Ed se movió primero, profiriendo un grito antes de comenzar a correr hacia ella con la espada en alto. Al saltó y usó su arma para impulsarse por el aire hasta llegar a su encuentro. Chocaron los escudos y ese ruido viajó por todo el campo, haciendo que los demás campistas se giraran a ver la pelea. Al se separó un metro de distancia y giró el mandoble para acomodarlo a su espalda. Ed picó, se volvió hacia ella y formó una nube de arena con los pies para impedirle la visión. Su contrincante esperó a ver su figura a través de la niebla pero le sorprendió un ruido a su espalda.

Se giró con rapidez pero aun así notó un corte en su hombro derecho, reprimió un grito y atacó con rapidez a Ed, haciendo que este retrocediera varios metros. Se miraron entre gotas de sudor. A su alrededor se había formado un círculo considerablemente grande de campistas, Al suspiró, tenía que acabar pronto, había que ir a enseñarle algunas cosas al novato. Tendría que ponerse seria.

Avanzó ligera hacia donde estaba y pasó el mandoble por sus pies haciendo que perdiera el equilibro, y de paso el escudo. Ed se agitó y acometió con su espada, una, dos, tres veces. Todas paradas por Al que cambió de posición su arma y centró el escudo en su cuerpo. Ed no se dio cuenta lo suficientemente rápido como para frenar la fuerza con la que estaba moviendo su espada y la clavó en el escudo. Al darse cuenta de lo que pasaba intentó sacarla, pero se había incrustado con tanta fuerza que se tropezó hacia atrás. Al sonrió y movió el mandoble de manera que le hizo un arañazo en la cara antes de volver a su espalda.

Ed sonrió, era la segunda vez que perdía contra ella, pero eso no le hacía sentirse mal, al contrario, quería una revancha. Estaba a punto de pedirla cuando Al le miró cansada y le dijo:

- Capitán, tenemos un nuevo miembro en la cabaña, tienes que ir a explicarle las reglas.

Se sintió confundido, por un lado le encantaba ser el jefe de la cabaña y que todos siguieran sus órdenes, pero odiaba sus deberes; Al le ayudaba en todo, por lo que sabía que si lo había molestado es porque era necesario. Pero quería seguir peleando. Se sentó en la arena y sopesó las palabras de Al.

- Tenías que habérmelo dicho al llegar, sabes  no me gusta perder sin tener una revancha – le espetó  sin culparla – Pero un capitán tiene deberes ineludibles ¿verdad?

Al se preguntó de dónde había oído esa palabra, probablemente de uno de los hijos de Atenea, porque él no leía libros con un lenguaje tan culto. Sonrió y esperó a que se levantara, no le tendió la mano, no lo necesitaba.

- Es pequeño, procura no asustarlo más de lo normal – le dijo en su lugar- Ya no tenemos camas libres, hay que decirlo en el próximo consejo.

- ¿Crees que nos lo concederán? A principio de verano todo está más concurrido y hay más trabajo.


- Pues habrá que pelear – dijo Al sonriendo-.



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